Las religiones surgen de la mente de personas buenas, las cuales buscan hacer buenos a todos los seres humanos y luchan por eliminar el mal y corregir a los malos. Las personas buenas son numerosas, puesto que deben enmendar a los individuos, a sus actividades, profesiones y labores que desempeñan, caracteres y peculiaridades. El individuo tiene que observar, antes que nada, los límites y leyes establecidos y de ello tiene que derivar alegría y fortaleza. Solo así, su mente limpia se encaminará hacia niveles cada vez más elevados; y él y la sociedad de la cual forma parte, se beneficiarán por ello.
Por lo tanto, es apropiado celebrar el natalicio de Jesús, quien sintió la necesidad de salvar a la humanidad y luchó por lograrlo, pero la celebración debe consistir en adherirse a sus enseñanzas, ser leal a los principios, practicar las disciplinas y experimentar la conciencia de la Divinidad que Él buscó despertar.
Actualmente, el mundo se satisface sólo con palabras, además de ser testigo de astutos ardides planeados para ocultar los errores de la gente. El natalicio de los grandes personajes se celebra con hipocresía y pompa externa, sin existir interés alguno por examinar el mensaje que legaron, ni algún esfuerzo para practicarlo y obtener la bienaventuranza que promete.
Los grandes maestros pertenecen a la humanidad; es un error creer que Jesús pertenece sólo a los cristianos y que la Navidad es un festival sagrado sólo para Occidente. Aceptar a uno de ellos como propio y desechar al resto por pertenecer a otros, es una muestra de mezquindad. Cristo, Rama, Krishna, son para todos los seres humanos de cualquier lugar. Las extremidades y los órganos, juntos forman un cuerpo; diversos estados y comunidades forman el mundo. El sustento otorgado por la gracia divina circula en cada parte del cuerpo, ayudándolo a funcionar en armonía. El sustento del amor, otorgado por la gracia divina, tiene que circular en cada estado y comunidad para hacer que el mundo viva en paz y alegría. Si esta verdad se realiza, no surgirá ninguna idea de diferencia.
Si los miembros de una familia están en disputa, las tierras y otras posesiones se descuidarán o se perderán. La separación de un miembro de la familia también será una gran pérdida, porque la gracia que la sostiene disminuirá y se perderá. Cuando una mano es amputada, el miembro pierde su función, y en el proceso se desperdicia una gran cantidad de sangre. De igual manera, la gracia divina del amor se pierde cuando un país se aísla, volviéndose un débil e ineficiente miembro de la comunidad mundial.
División, diferencia y distinción separan al ser humano de la gracia otorgadora de vida, que alimenta a cada célula del cuerpo y a cada individuo en el mundo. El mundo está sustentado por esta misma gracia. Un árbol requiere para su crecimiento tierra, sol y aire, pero, más que estos tres, requiere la semilla.
La vida del hombre está condicionada por sentimientos y acciones, así como por las consecuencias de los mismos, pero su existencia depende de la voluntad de Dios. Los árboles que crecen son diferentes debido a la naturaleza del suelo, la cantidad de sol y la calidad de la tierra. De igual manera, los seres humanos pueden variar conforme a las consecuencias de los diversos tipos de sentimientos y acciones que emanan de ellos. Pero, al igual que es cierto afirmar que las semillas son las mismas, es verdad decir que la voluntad de Dios que creó al ser humano es la misma: es una, sin diferencias. La variedad de formas, emociones y actitudes, así como de comunidades y lealtades, es el resultado de que el ser humano ignore su unidad fundamental en la voluntad divina y actúe en contradicción a esa unidad.
Jesús enseñó sencillas y prácticas lecciones sobre la elevación espiritual para el bien de la humanidad. Él manifestó poderes divinos para infundir fe en la validez de sus enseñanzas y señaló el camino que puede conferir a los seres humanos el dulce néctar de la bienaventuranza. Además, exhortó a la gente, por medio del precepto y el ejemplo, a cultivar las virtudes de la caridad, la compasión, la paciencia, el amor y la fe. Éstas no son cualidades separadas y diferentes, sólo son las diversas facetas de la Divinidad en el ser humano, que éste tiene que reconocer y desarrollar.
La gente habla del sacrificio de Cristo según se evidencia por su crucifixión. Sin embargo, estaba preso y atado y fue coronado con espinas por la turba que lo arrestó; poco después, fue clavado en la cruz por sus captores. Una persona atada y golpeada por sus enemigos no puede decirse que haya sacrificado algo, porque no es libre. Pongamos atención al sacrificio que Jesús hizo por su propia voluntad mientras estaba libre. Él sacrificó felicidad, prosperidad, bienestar, seguridad y posición, enfrentó la hostilidad de los poderosos, rehusó ceder o transigir y renunció al ego, lo cual es muy difícil de lograr. Venérenlo por esto. Él sacrificó voluntariamente los deseos mediante los cuales el cuerpo atormenta al hombre; éste es un sacrificio mayor que el sacrificio del cuerpo ante el sometimiento. La Navidad debe ser celebrada sacrificando por lo menos uno o dos deseos y sometiendo al menos los más nocivos impulsos del ego.
Los seguidores de Jesús se han dividido y han sufrido cismas en diversas ocasiones, pero la vida de Cristo es una lección de unidad. Cuando Cristo estaba en la cruz, lo invadieron ciertos resentimientos hacia los hombres que lo torturaban. De pronto escuchó una voz que lo alertaba diciendo: “¡Toda vida es una, mi querido hijo! ¡Sé igual con todos!” A esto siguió otra exhortación: “La muerte es el ropaje de la vida”. Al igual que uno se quita la ropa usada y se viste con otra, así el alma se quita y se pone los cuerpos. De ese modo, Jesús fue advertido en contra del odio y los malos sentimientos, así como de lamentaciones a las que el ser humano es propenso.
Las vidas de las grandes personalidades son experimentadas con el fin de establecer el bienestar de la humanidad, la prosperidad y paz del mundo y de liberar al individuo de la esclavitud de los deseos y pasiones sensuales.
Esto se comprueba en los extraños fenómenos que ocurren al momento de su advenimiento. Se cree que cuando Cristo nació, hubo tales manifestaciones. El rey había ordenado un censo y cada uno tenía que registrarse en su propio pueblo. María y su esposo iban por el camino que llevaba a su pueblo natal. María estaba encinta y los dolores empezaron a mitad del camino y como no conocían a nadie en la aldea por donde pasaban, se refugiaron en un establo. José la acomodó en el espacio que había entre dos vacas y salió a medianoche en busca de alguna mujer que pudiera ayudarlo. Pero de pronto, escuchó el grito del niño.
Y, la historia dice, había una estrella en el cielo que cayó brillando con una nueva luz, y esto guió a algunos tibetanos y a otros al lugar donde nació el Salvador. Esta historia es leída y tomada como cierta por muchos: aunque las estrellas no caen, ni siquiera se deslizan tan súbitamente. Lo que la historia significa es esto: Había una enorme aura de esplendor que iluminaba el cielo por encima de la aldea donde nació Cristo. Eso significa que había nacido aquel que iba a vencer la oscuridad del mal y la ignorancia; que iba a difundir la luz del amor en el corazón del ser humano y de sus dirigentes. La aparición del resplandor y de otros signos para anunciar la era que se ha iniciado son naturales cuando se presentan las encarnaciones de Dios en la Tierra. Jesús habría de hacer añicos la oscuridad que había envuelto al mundo y el aura de luz era una señal que anunciaba el acontecimiento. Los Maestros llegan en respuesta a la plegaria del hombre: ¡Guíanos de la oscuridad hacia la luz! (Thamaso maa jyothir gamaya).
Hay un punto que hoy no puedo dejar de presentar a su atención. En el momento en que Jesús se estaba fundiendo con el Principio Supremo de la Divinidad, comunicó algunas nuevas a sus seguidores. Esto ha sido interpretado de diferentes maneras por los cronistas y por aquellos que disfrutan acumulando escritos sobre escritos y significados sobre significados, hasta que todo está inflado y hay una enorme confusión. La declaración misma ha sido manipulada y enredada hasta formar un acertijo, a pesar de ser tan sencilla: “Aquel que me envió entre ustedes volverá”, y apuntó a un cordero. El cordero es simplemente un símbolo, un signo del amor, y representa a la voz Ba Ba. Era el anuncio del advenimiento de Baba. “Su nombre será Verdad”, declaró Cristo. Sathya significa verdad. “Él llevará una túnica roja, del color de la sangre. (Baba señaló entonces la túnica que llevaba.) Él será de baja estatura, con una corona (de pelo)”. Cristo no declaró que Él mismo volvería, sino que dijo: “Aquel que me envió volverá”. Y Sai, el pequeño Baba con la corona de pelo ensortijado y la túnica roja, ha vuelto. No sólo en su forma física, sino que Él está en cada uno de ustedes, como el morador en su corazón. Él está allí con el traje del color de la sangre que llena el corazón.
Sri Sathya Sai Baba
Discurso del 24 de diciembre de 1972
Esta Organización cree que el alma en cada uno es el alma en todos, y que el Dios que cada uno adora es el que todos adoran.
Sathya Sai Baba, discurso del 23 de diciembre de 1971