
Hoy todos deberían pensar que su deber principal es venerar a la madre por ser divina y servirla, sin importar el país o las circunstancias. Si un hombre no respeta ni sirve a su madre, que lo llevó en su vientre durante nueve meses, le permitió venir al mundo y lo crió a lo largo de los años, ¿a quién podrá respetar?
El amor maternal es semejante al del Creador, que proyecta y protege a este cosmos infinito de innumerables formas. Un individuo puede elegir adorar a la Divinidad en la forma de su diosa favorita. Otro puede adorar a Dios en una forma diferente y obtener bienaventuranza de tal adoración. Tengan presente que las formas en que la Divinidad es adorada por otros son tan importantes para ellos como lo es para cada uno la deidad elegida. Si alguien critica o difama a las deidades adoradas por otros, comete un grave pecado, por más que realice correctamente su propia adoración.
Del mismo modo, un hombre debe mostrar por las madres de otros la misma consideración y reverencia que siente por su propia madre.
En la vida cotidiana, hay muchos ejemplos notables de la cualidad divina que representa la maternidad. La Tierra, al igual que la Divinidad, lleva al hombre en su seno y lo cuida de muchas formas. Por eso, la Tierra también es la encarnación de la Madre.
La Tierra, las deidades que presiden el cuerpo, los sabios y el gurú son todos dignos de adoración como encarnaciones de la Maternidad Divina. Aunque los cinco aparecen con diferentes nombres y formas, tienen algo en común con la madre. Desempeñan un papel maternal, protector y sustentador para la humanidad y, en consecuencia, deben ser venerados y adorados como Madres Divinas.
Por otro lado, la madre de cada niño despliega, en relación con su hijo, los atributos de estas cinco entidades. La madre nutre al niño, le proporciona lo necesario para su crecimiento, le enseña lo que debe saber y lo que debe evitar, y lo conduce por la senda de la rectitud.
La vida de un hombre que no puede respetar y amar a una madre tan venerable es completamente inútil. Uno debe ver en la propia madre a la misma encarnación de todas las fuerzas divinas, y, por lo tanto, debe reverenciarla y tratarla con amor.
Si los Pandavas llegaron a ser tan amados por Krishna y dignificaron sus vidas sirviéndolo, no fue gracias a sus propios méritos o a su austeridad. Fue el amor que la madre Kunti Devi sentía por ellos lo que les trajo tanta fortuna. Incluso cuando tuvieron que vivir en la selva o en la casa de cera, su madre siempre permaneció con ellos y oró por su bienestar. Los Pandavas también le retribuyeron su amor, y esa es la razón de su victoria final.
Del mismo modo, Lakshmana fue capaz de vivir en la selva con su hermano, Rama, sirviéndolo incesantemente, sólo debido a las bendiciones de su madre, Sumitra. Ella le dijo que Ayodhya sin Rama era como una selva, y que la selva en la que Rama viviera sería para él una verdadera Ayodhya.
Gracias a las sinceras bendiciones de su madre, Lakshmana fue capaz de pasar catorce años en la selva incluso sin alimento ni descanso.
Los niños necesitan la gracia amorosa de las madres. Todas las epopeyas y libros sagrados destacan el poder del amor de la madre, sus bendiciones y su gracia. Tomen como ejemplo la historia de Gandhari y los Kauravas. Cuando Krishna visitó a Gandhari para consolarla después de la guerra de Kurukshetra, ella lo acusó de haber favorecido a los Pandavas. “Si eres Dios, ¿cómo pudiste ser tan parcial? ¿Por qué apoyaste totalmente a los Pandavas y permitiste la destrucción de todos mis hijos?”, le preguntó.
Krishna le respondió que ella misma era la culpable de la muerte de sus hijos. Le recordó que, aunque había dado a luz a cien hijos, ella nunca miró con amor a ninguno de ellos. “¿Cómo podían prosperar y florecer semejantes pecadores, que ni siquiera pudieron disfrutar de la gracia amorosa de su propia madre?”, le preguntó Krishna.
Hay que recordar que venerar a la madre es el deber supremo. Si una madre es infeliz, todos los gastos en los que el hijo incurra y toda la adoración que ofrezca en el nombre de Dios no darán ningún fruto.
Incluso en las antiguas enseñanzas acerca de las personas que han de ser veneradas como Dioses —la madre, el padre, el maestro y el huésped— se da el primer lugar a la madre al decir: “Matru Devo Bhava”. Aun en la conversación informal uno dice “madre, padre, maestro y Dios”. Dios es relegado a la última posición, pero la madre recibe el primer lugar. Esto revela la actitud de la cultura de la India hacia las mujeres en general y hacia la madre en particular.
La madre es la que lleva al niño de la mano y le enseña a caminar. La madre es la que alimenta al niño y le enseña a comer. La madre es, una vez más, la que enseña al niño a pronunciar sonidos con sentido y a hablar. Así, la madre es la primera maestra.
Vemana declaró que un hijo que no cuida a sus padres no es mejor que un gusano que nace y muere en un hormiguero. Consideren a sus padres como a Ishvara y Parvati, y sírvanlos de todo corazón. Si no pueden complacerlos, ¿cómo esperan poder complacer a Dios?
Sri Sathya Sai Baba
Discurso del 14 de octubre de 1988