“Si es que, como dice Swami, nadie puede volverse hacia el Señor sin que sea con el consentimiento y la aceptación del Señor, ¿qué podríamos decir acerca del rol de Madre que Él confirió a la campesina analfabeta Easwaramma, que pasaba sus días en las labores de rutina establecidas por las heroínas de la épica, los remotos legisladores y los convencionalismos contemporáneos?
Swami había revelado que la merced de ser presentado ante el mundo como “padre” del Avatar, un favor que sólo una persona puede ganar en toda una Era, había sido ganado por Pedda Venkappa Raju. De manera similar, la corona de la “Maternidad” fue adquirida por Easwaramma como premio por su bondad acumulada.
Nadie puede calcular las alturas que uno puede llegar a alcanzar, a menos que sea impulsado a elevarse. Ella fue urgida por el destino. Ella se elevó. Ella se ganó la estimación de todos los que fueron atraídos a su presencia. La ocasional mirada de sorpresa que brillaba en sus ojos, las pequeñas arrugas que se marcaban en sus mejillas, la risa de corazón que hablaba de su bondad inmaculada, el velo que entristecía su mirada cuando sabía de alguien que estuviera enfermo o en la miseria: todo ello proclamaba que Swami la había elegido como “madre” no sólo como recompensa por su pasado, sino también apreciando aquello de lo que iba a ser capaz en esta vida.
Ella constituía un ejemplo loable de hermana, esposa, madre y abuela ideales. En cuanto a ser la Madre de Easwara, de Dios, se destacó con un brillo tan propio como el de Kausalya, Devaki o María*. Valmiki declara: “Kausalya fue glorificada por aquel hijo de esplendor ilimitado”. Ahora uno puede declarar que Easwaramma fue glorificada por el Sai de esplendor ilimitado. Su fama está a la par de otras madres épicas.
La historia de Rama, tal como la relata el Rama de esta Era, Sai Rama, cuenta que Kausalya tuvo una visión de su “hijo” en dos localizaciones al mismo tiempo: en la cuna y en el santuario del palacio. Vio Su Forma Cósmica que Él proyectó de Sí mismo iluminando toda la Creación. Rama es alabado como “Aquel que dotó a Kausalya con una dicha siempre creciente”. Esto constituyó un don que también Easwaramma agradeció con gratitud en Benarés, Badri, Ayodhya, Somnath, Sri Sailam y cada vez que depositaba sus ofrendas florales a los Pies de Loto.
Cuando Rama se despidió de ella para internarse como un exiliado en la floresta, Kausalya se consoló con la plegaria: “Que los dictados de Dios que defiendes sean tu armadura y tu protección”.
Esta misma convicción era la que sostenía a la Madre cada vez que Swami viajaba hacia lo que Easwaramma se imaginaba como las regiones de los demonios. También Devaki fue testigo de incontables milagros y victorias de Krishna sobre las fuerzas demoníacas. Ella extraía su solaz y su fortaleza, como también lo descubriera Easwaramma mucho después, en esta Era, de la oración y la penitencia, y del recuerdo del misterioso, majestuoso y poderoso poder de su “hijo”.
Como la mayoría de las mujeres nacidas, criadas y casadas en las aldeas de la India, Easwaramma debió adaptarse a la populosa familia de conjunto de la que pasó a ser miembro. La familia se apiñaba en una pequeña casa. Ella tenía que hablar con modestia, cuidado y respeto. La serenidad y el silencio, la reverencia y la regularidad formaban parte de la estructura social. Después del deceso de su suegra, Easwaramma poseyó el derecho al voto decisivo en cualquier problema doméstico, ayudada por el consejo que Swami concede a las devotas que se encuentran en situaciones similares. Sólo en contadas ocasiones llevaba su dilema directamente a Swami para obtener su consejo respecto de cómo debía actuar.
Su vivaz sentido del humor que fuera desarrollando a lo largo de los años, representaba un amortiguador siempre presente para las crisis de la vida. No pasó mucho sin que descubriera que, con la agradable manera en que la ridiculizaba y la aguijoneaba con sus bromas, Swami sólo estaba ampliando su horizonte y profundizando su fe. La asustaba describiéndole los horrores de las selvas africanas y, al mismo tiempo, la fascinaba comunicándole que allá el oro era tan barato como los dátiles. Esto le enseñó que Swami podía hacer desaparecer todos los terrores y que la codicia por el oro que ella mostraba era una falta femenina que debía desechar rápidamente. Era así que iba absorbiendo las lecciones que Swami buscaba enseñarle, y se destacaba por su simplicidad y humildad (…).
En todo momento la Madre hablaba con dulzura. Su lenguaje reflejaba paciencia y tolerancia. Siempre era claro como el cristal, porque siempre estaba libre de pretensiones. (,,,)
La Madre se encontraba firmemente asentada en la sabiduría que había almacenado a través de los años, incluso aunque se fuera haciendo más dura gracias a las muchas tormentas que había sorteado. La muerte le había arrebatado a cuatro de sus hijos, cuando aún eran infantes que gateaban y aprendían sus primeras palabras. Sus hijas habían quedado viudas en la flor de la vida. Uno de sus nietos había nacido sordo y había crecido como retardado. Una nieta fue víctima de la viruela.
Estos eran los desafíos que debía enfrentar en la esfera doméstica. Pero las acciones de Swami la conmovían hasta lo más profundo, en tanto que Sus palabras llenaban su entendimiento de valor y claridad. Aprendió a serenarse tanto en medio de las tormentas como de la calma, y asombraba a todos por su resolución en el avasallador apego a Swami y a todos quienes le adoraban.
No tenía apetitos por las novedades, la variación o la distracción. En sus últimos años, se mantenía firme en la plenitud de su corazón. La Madre estimulaba a los devotos a venir una y otra vez a la Presencia, porque tenía conciencia de que la sublimación de la conducta, el carácter y las actitudes requieren de un largo y cercano contacto con el Avatar. ¡Les confiaba su propia historia: del temor que le cedía el lugar a la maravilla, la maravilla que se transformaba en adoración, la adoración conformándose en aceptación, ¡la aceptación expresándose en la dicha que producía!
“Tienen que practicar la paciencia. Pasa un largo tiempo entre el tierno botón y la jugosa fruta”, solía decir, citando la homilía de Swami para pacificar a los desesperados y a los descorazonados. Su consejo resultaba realmente reconfortante, porque ella misma era la personificación de la fortaleza que prescribía.
El Avatar ha tomado sobre Sí mismo la tarea de redimir al género humano de la ruina hacia la que se ha lanzado. Su llamado hacia la Sublimación no involucra tan sólo el proceso de limpieza, el desarraigo del odio, de la hostilidad, del fanatismo, de la locura y el prejuicio, sino también el proceso de nutrir las cualidades positivas de la tolerancia, la hermandad, la simpatía, la caridad y la claridad.
Easwaramma, al igual que millones de sus hermanas, era asaltada por la insensatez, el temor y la búsqueda a tientas, cada vez que se acumulaban en ella los deseos mundanos y clamaban por ser satisfechos o producían conflictos. Swami la condujo hacia el ámbito de la felicidad, la bondad y la sabiduría. Él la elevó, a ella a quien había elegido como la Madre, al estatus de primerísima discípula Suya, mientras ella progresaba desde la perplejidad a la preeminencia de la fe en la Divinidad, que nos engaña como diversidad y también nos ayuda a salir de ese engaño, porque no se trata sino de un juego que le gusta jugar”.
(Easwaramma, La Madre Elegida. Kasturi, N., p.154-159)
Esta Organización cree que el alma en cada uno es el alma en todos, y que el Dios que cada uno adora es el que todos adoran.
Sathya Sai Baba, discurso del 23 de diciembre de 1971